por John Bellamy Foster y Intan Suwandi
El siguiente artículo de John Bellamy Foster e Intan Suwandi que describe las interrelaciones entre la pandemia COVID-19, el imperialismo y el capitalismo contemporáneo de monopolio-finanzas fue publicado en el número de junio de 2020 de Monthly Review. Los editores nos han concedido generosamente permiso para traducir y reproducirlo aquí. -BMN y PSU, 10/06/2020
COVID-19 ha acentuado, sin precedentes, las vulnerabilidades ecológicas, epidemiológicas y económicas interrelacionadas impuestas por el capitalismo. A medida que el mundo entra en la tercera década del siglo XXI, estamos viendo el surgimiento del capitalismo de catástrofe y a medida que la crisis estructural del sistema adquiere dimensiones planetarias.
Desde finales del siglo XX, la globalización capitalista ha adoptado cada vez más la forma de cadenas de producción controladas por empresas multinacionales, que vinculan diversas zonas de producción, principalmente en el Sur Global, con el vértice del consumo, las finanzas y la acumulación mundiales, principalmente en el Norte Global. Estas cadenas de mercancías constituyen los principales circuitos materiales del capital a nivel mundial; el fenómeno del imperialismo tardío identificado con el auge del capital monopolístico-financiero generalizado.[1] En este sistema, las rentas imperiales exorbitantes del control de la producción global se obtienen no sólo del arbitraje laboral global, a través del cual las corporaciones multinacionales en el centro del sistema sobreexplotan la mano de obra industrial en la periferia, sino también cada vez más a través del arbitraje global de la tierra, en el que las multinacionales de los agronegocios expropian tierra (y mano de obra) barata en el Sur Global para producir cultivos de exportación principalmente para su venta en el Norte Global.[2]
Al abordar estos complejos circuitos de capital en la economía mundial actual, los directivos de las empresas se refieren tanto a las cadenas de suministro como a las cadenas de valor, en las que las cadenas de suministro representan el movimiento del producto físico, y las cadenas de valor se dirigen al “valor añadido” en cada nodo de la producción, desde las materias primas hasta el producto final.[3] Este doble énfasis en las cadenas de suministro y las cadenas de valor se asemeja en cierto modo al enfoque más dialéctico desarrollado en el análisis de Karl Marx de las cadenas de producción, que abarca tanto los valores de uso como los valores de intercambio. En el primer volumen de El Capital, Marx puso de relieve la doble realidad de los valores de uso de los materiales naturales (la “forma natural”) y los valores de intercambio (la “forma de valor”) presentes en cada eslabón de “la cadena general de metamorfosis que tiene lugar en el mundo de los productos”.[4] El enfoque de Marx fue llevado adelante por Rudolf Hilferding en su Finance Capital, donde escribió acerca de los “eslabones de la cadena de intercambio de productos”.[5]
En la década de 1980, los teóricos del sistema mundial, Terence Hopkins y Immanuel Wallerstein, reintrodujeron el concepto de cadena de producción basado en estas raíces dentro de la teoría marxista.[6] No obstante, lo que se perdió en general en los posteriores análisis marxistas (y del sistema mundial) de las cadenas de producción, que las trataron como fenómenos exclusivamente económicos/valorísticos, fue el aspecto material-ecológico de los valores de uso. Marx, que nunca perdió de vista los límites naturales-materiales en los que se desarrollaba el circuito del capital, había subrayado “el lado negativo, es decir, destructivo” de la valorización capitalista con respecto a las condiciones naturales de producción y al metabolismo de los seres humanos y la naturaleza en su conjunto.[7] La “ruptura irreparable en el proceso interdependiente del metabolismo social” (la ruptura metabólica) que constituía la relación destructiva del capitalismo con la tierra, por la que “agotó la tierra” y “obligó a abonar los campos ingleses con guano”, fue igualmente evidente en las “epidemias periódicas”, resultantes de las mismas contradicciones orgánicas del sistema.[8]
Ese marco teórico, centrado en las formas duales y contradictorias de las cadenas de productos, que incorporan tanto valores de uso como valores de intercambio, proporciona la base para comprender las tendencias combinadas de crisis ecológica, epidemiológica y económica del imperialismo tardío. Nos permite percibir, además, cómo el circuito del capital bajo el imperialismo tardío está ligado a la etiología de la enfermedad a través de la agroindustria, y cómo esto ha generado la pandemia COVID-19. Esta misma perspectiva centrada en las cadenas de mercancías, incluso, nos permite comprender cómo la interrupción del flujo de valores de uso en forma de bienes materiales y la consiguiente interrupción del flujo de valor han generado una crisis económica grave y duradera. El resultado es empujar a una economía ya estancada hasta el límite, amenazando con derribar la superestructura financiera del sistema. Por último, más allá de todo esto está la ruptura planetaria mucho mayor engendrada por el capitalismo catastrófico de hoy, que se manifiesta en el cambio climático y el cruce de varios límites planetarios, de los cuales la actual crisis epidemiológica es simplemente otra manifestación dramática.
Circuitos de capital y crisis ecológicas-epidemiológicas
Asombrosamente, durante el último decenio, surgió un nuevo enfoque más holístico de One Health-One World (Una Salud-Ún Mundo) sobre la etiología de las enfermedades, principalmente en respuesta a la aparición de enfermedades zoonóticas recientes (o zoonosis) como el SARS, el MERS y el H1N1 transmitidas a los seres humanos por animales no humanos, salvajes o domesticados. El modelo One Health integra el análisis epidemiológico sobre una base ecológica, reuniendo a científicos ecológicos, médicos, veterinarios y analistas de salud pública en un enfoque de alcance mundial. Sin embargo, el marco ecológico original que motivó One Health, que representa un nuevo enfoque más completo de las enfermedades zoonóticas, ha sido recientemente apropiado y parcialmente negado por organizaciones dominantes como el Banco Mundial, la Organización Mundial de la Salud y los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de los Estados Unidos. De ahí que el enfoque multisectorial de One Health se haya convertido rápidamente en un modo de reunir intereses tan variados como la salud pública, la medicina privada, la sanidad animal, la agroindustria y la gran farmacéutica, para reforzar la respuesta a lo que se consideran epidemias episódicas, al tiempo que supone el auge de una amplia estrategia corporativa en la que el capital, específicamente la agroindustria, es el elemento dominante. El resultado es que las conexiones entre las crisis epidemiológicas y la economía mundial capitalista son sistemáticamente minimizadas en lo que pretende ser un modelo holístico.[9]
Así pues, surgió como respuesta un nuevo y revolucionario enfoque de la etiología de la enfermedad, conocido como Structural One Health (Salud Única Estructural), basado críticamente en One Health, pero arraigado más bien en la amplia tradición histórico-materialista. Para los defensores de Structural One Health la clave es determinar cómo las pandemias en la economía global contemporánea están conectadas a los circuitos de capital que están cambiando rápidamente las condiciones ambientales. Un equipo de científicos, entre los que se encuentran Rodrick Wallace, Luis Fernando Chaves, Luke R. Bergmann, Constância Ayres, Lenny Hogerwerf, Richard Kock y Robert G. Wallace, han escrito juntos una serie de obras como Clear-Cutting Disease Control: Capital-Led Deforestation, Public Health Austerity, and Vector-Borne Infection y, más recientemente, “COVID-19 and Circuits of Capital” [COVID-19 y los circuitos de capital] (de Rob Wallace, Alex Liebman, Luis Fernando Chaves y Rodrick Wallace) en el número de mayo de 2020 de Monthly Review. Structural One Health se define como “un nuevo campo, [que] examina los impactos que los circuitos globales de capital y otros contextos fundamentales, incluyendo profundas historias culturales, tienen sobre la agroeconomía regional y la dinámica de las enfermedades asociadas a través de las especies”.[10]
El revolucionario enfoque histórico-materialista representado por la Structural One Health se aparta del enfoque principal de One Health en: 1) centrándose en las cadenas de productos como impulsoras de las pandemias; 2) descartando el enfoque habitual de las “geografías absolutas” que se concentra en determinados lugares en los que surgen nuevos virus sin percibir los conductos económicos mundiales de transmisión; 3) considerando las pandemias no como un problema episódico o como acontecimientos aleatorios de “cisne negro”, sino más bien como el reflejo de una crisis estructural general del capital, en el sentido explicado por István Mészáros en su libro Beyond Capital; 4) adoptando el enfoque de la biología dialéctica, asociada a los biólogos de Harvard Richard Levins y Richard Lewontin en The Dialectical Biologist; y 5) insistiendo en la reconstrucción radical de la sociedad en general de manera que se promueva un “metabolismo planetario” sostenible.[11] En su obra Big Farms Make Big Flu y otros escritos, Robert G. (Rob) Wallace se inspira en las nociones de Marx sobre las cadenas de mercancías y la ruptura metabólica, así como en la crítica de la austeridad y la privatización basada en la noción de la Paradoja de Lauderdale (según la cual las riquezas privadas se potencian con la destrucción de la riqueza pública). Los pensadores de esta tradición crítica se basan, pues, en un enfoque dialéctico de la destrucción ecológica y la etiología de la enfermedad.[12]
Naturalmente, la nueva epidemiología histórico-materialista no surgió de la nada, sino que se construyó sobre una larga tradición de luchas socialistas y análisis críticos de las epidemias, incluyendo contribuciones históricas como: 1) Las condiciones de la clase obrera en Inglaterra, de Frederick Engels, que exploró la base de clase de las enfermedades infecciosas; 2) las discusiones del propio Marx sobre las epidemias y las condiciones generales de salud en El Capital; 3) el tratamiento dell zoólogo británico E. Ray Lankester (protegido de Charles Darwin y Thomas Huxley, y amigo de Marx) de las fuentes antropogénicas de la enfermedad y su base en la agricultura, los mercados y las finanzas capitalistas en su Reino de los hombres; y (4) “Is Capitalism a Disease?” de Levins.[13]
Especialmente importante en la nueva epidemiología histórico-materialista asociada a la Structural One Health es el reconocimiento explícito del papel de la agroindustria mundial y la integración de ésta con la investigación detallada de todos los aspectos de la etiología de la enfermedad, centrándose en las nuevas zoonosis. Esas enfermedades, como afirmó Rob Wallace en Big Farms Make Big Flu, fueron “la consecuencia biótica inadvertida de los esfuerzos encaminados a dirigir la ontogenia y la ecología animal hacia la rentabilidad multinacional”, produciendo nuevos patógenos mortales.[14] La agricultura en el extranjero, que consiste en monocultivos de animales domésticos genéticamente similares (eliminando los brotes de fuego inmunes), incluidos los enormes corrales de engorde de cerdos y las vastas granjas avícolas, junto con la rápida deforestación y la caótica mezcla de aves silvestres y otros animales salvajes con la producción animal industrial -sin excluir los mercados húmedos- han creado las condiciones para la propagación de nuevos patógenos mortales como el SARS, el MERS, el Ébola, el H1N1, el H5N1 y ahora el SARS-CoV-2. Más de medio millón de personas en todo el mundo murieron a causa del H1N1, mientras que las muertes por el SARS-CoV-2 probablemente superarán con creces esa cifra.[15]
“Los agronegocios”, escribe Rob Wallace, “están trasladando sus empresas al Sur Global para aprovechar la mano de obra y la tierra barata”, y “extendiendo toda su línea de producción por todo el mundo”.[16] Aviones, cerdos y humanos interactúan para producir nuevas enfermedades. “Las gripes”, nos dice Wallace, “emergen ahora por medio de una red globalizada de producción y comercio de cebaderos corporativos, dondequiera que evolucionen por primera vez cepas específicas”. Con los rebaños y manadas que se trasladan de una región a otra -transformando la distancia espacial en una conveniencia justo a tiempo- se introducen continuamente múltiples cepas de gripe en localidades llenas de poblaciones de animales susceptibles”.[17] Se ha demostrado que las operaciones avícolas comerciales en gran escala tienen muchas más probabilidades de albergar estas virulentas zoonosis. Se ha utilizado el análisis de la cadena de valor para rastrear la etiología de nuevas influencias como el H5N1 a lo largo de la cadena de producción avícola.[18] Se ha demostrado que la gripe en el sur de China surge en el contexto de “un ‘presente histórico’ dentro del cual surgen múltiples recombinaciones virulentas de una mezcla de agroecologías originadas en diferentes épocas, tanto por la dependencia del camino como por la contingencia: en este caso, la antigua (arroz), la moderna temprana (patos semidomesticados) y la actual (intensificación avícola)”. Este análisis también ha sido ampliado por geógrafos radicales, como Bergmann, que trabajan en “la convergencia de la biología y la economía más allá de una sola cadena de productos básicos y hasta el tejido de la economía mundial”.[19]
Las cadenas mundiales interconectadas de productos de la agroindustria, que proporcionan las bases para la aparición de nuevas zoonosis, aseguran que estos patógenos se muevan rápidamente de un lugar a otro, explotando las cadenas de conexión humana y globalización, con los huéspedes humanos moviéndose en días, incluso horas, de una parte del globo a otra. Wallace y sus colegas escriben en “COVID-19 y los circuitos de capital”: “Algunos patógenos emergen directamente de los centros de producción… Pero muchos patógenos como el COVID-19 se originan en las fronteras de la producción de capital. De hecho, al menos el 60 por ciento de los nuevos patógenos humanos surgen al pasar de los animales salvajes a las comunidades humanas locales (antes de que los más exitosos se extiendan al resto del mundo)”. Como resumen de las condiciones de la transmisión de estas enfermedades,
La premisa operativa subyacente es que la causa de COVID-19 y otros patógenos similares no se encuentra sólo en el objeto de un único agente infeccioso o en su curso clínico, sino también en el campo de las relaciones ecosistémicas que el capital y otras causas estructurales han fijado en su propio beneficio. La amplia variedad de patógenos, que representan diferentes taxones, huéspedes de origen, modos de transmisión, cursos clínicos y resultados epidemiológicos, todas las marcas que nos envían corriendo alocadamente a nuestros buscadores en cada brote, marcan diferentes partes y caminos a lo largo de los mismos tipos de circuitos de uso de la tierra y acumulación de valor.[20]
La reestructuración imperial de la producción a finales del siglo XX y principios del XXI -que conocemos como globalización- fue el resultado principalmente del arbitraje laboral global y la sobreexplotación (y súperexplotación) de los trabajadores del Sur Global (incluyendo la contaminación intencionada de los entornos locales), para beneficio principalmente de los centros mundiales del capital y las finanzas. Pero también fue impulsado en parte por un arbitraje global de tierras, que tuvo lugar simultáneamente a través de las corporaciones multinacionales de agronegocios. Según Eric Holt-Giménez en A Foodie’s Guide to Capitalism, “el precio de la tierra” en gran parte del Sur Global “es tan bajo en relación con su renta de la tierra (lo que vale por lo que puede producir) que la captura de la diferencia (arbitraje) entre el bajo precio y la alta renta de la tierra proporcionará a los inversores un beneficio atractivo. Las oportunidades de arbitraje de tierras surgen al aportar nuevas tierras -con un atractivo alquiler de tierras- al mercado mundial de tierras, donde los alquileres pueden capitalizarse realmente”.[21] Gran parte de esto fue alimentado por lo que se denomina la Revolución Ganadera, que convirtió al ganado en una mercancía globalizada basada en los cebaderos gigantes y los monocultivos genéticos.[22]
Estas condiciones han sido promovidas por los diversos bancos de desarrollo en el contexto de lo que se conoce eufemísticamente como “reestructuración territorial”, que supone la retirada de los agricultores de subsistencia y los pequeños productores de la tierra a instancias de las empresas multinacionales, principalmente agroindustrias, así como la rápida deforestación y la destrucción de los ecosistemas. También se conocen como acaparamientos de tierras del siglo XXI (land grabs), acelerados por los altos precios de los alimentos básicos en 2008 y nuevamente en 2011, así como fondos de riqueza privados que buscan activos tangibles ante la incertidumbre tras la Gran Crisis Financiera de 2007-09. El resultado es la mayor migración en masa de la historia de la humanidad, en la que se ha expulsado a personas de la tierra en un proceso mundial de despojo de tierras, se ha alterado la agroecología de regiones enteras, se ha sustituido la agricultura tradicional por monocultivos y se ha empujado a las poblaciones a los barrios marginales de las ciudades.[23]
Rob Wallace y sus colegas observan que el historiador y teórico crítico-urbano Mike Davis y otros “han identificado cómo estos paisajes recientemente urbanizados actúan tanto como mercados locales como centros regionales para los productos agrícolas mundiales de paso…. Como resultado, la dinámica de las enfermedades forestales, las fuentes primitivas de los patógenos, ya no están limitadas únicamente a las tierras del interior. Sus epidemiologías asociadas se han vuelto relacionales y se sienten a través del tiempo y el espacio. Un SARS puede encontrarse repentinamente derramándose en los humanos en la gran ciudad a sólo unos días de su cueva de murciélagos”.[24]
La interrupción de la cadena de productos y el efecto global de bullwhip
Los nuevos patógenos generados involuntariamente por la agroindustria no son en sí mismos valores de uso de materiales naturales, sino más bien residuos tóxicos del sistema de producción capitalista, trazables a las cadenas de productos de la agroindustria como parte de un régimen alimentario globalizado.[25] Sin embargo, en una especie de “venganza” metafórica de la naturaleza, tal como la describieron por primera vez Engels y Lankester, los efectos dominó de los desastres ecológicos y epidemiológicos combinados introducidos por las cadenas mundiales de productos de hoy en día y las acciones de la agroindustria, que dieron lugar a la pandemia COVID-19, han perturbado todo el sistema de producción mundial.[26] El efecto de los cierres y el distanciamiento social, que han paralizado la producción en sectores clave del mundo, ha sacudido las cadenas de suministro/valor a nivel internacional. Esto ha generado un gigantesco “efecto de bullwhip” que se extiende desde el extremo de la oferta y el de la demanda de las cadenas mundiales de productos básicos.[27] Además, la pandemia de COVID-19 se ha producido en el contexto de un régimen planetario de capital monopolio-financiero neoliberal, que ha impuesto la austeridad en todo el mundo, incluso en la salud pública. La adopción universal de la producción “justo a tiempo” y de la competencia basada en el tiempo en la regulación de las cadenas mundiales de productos, ha dejado a las empresas e instalaciones, como los hospitales, con pocas existencias, problema que se ve agravado por el almacenamiento urgente de algunos bienes por parte de la población.[28] El resultado es una extraordinaria dislocación de toda la economía mundial.
Las actuales cadenas mundiales de productos -o lo que llamamos cadenas de trabajo-valor– se organizan principalmente con el fin de explotar los menores costos laborales unitarios (teniendo en cuenta tanto los costos salariales como la productividad) en los países más pobres del Sur Global, donde la producción industrial mundial está ahora predominantemente ubicada. Los costos unitarios de la mano de obra en la India en 2014 eran el 36 por ciento del nivel de los Estados Unidos, mientras que los de China y México eran el 46 y el 43 por ciento, respectivamente. Indonesia fue más alta con los costos unitarios de mano de obra en el 62 por ciento del nivel de EE.UU.[29] Gran parte de ello se debe a los salarios extremadamente bajos de los países del Sur, que son sólo una pequeña fracción de los niveles salariales de los países del Norte. Mientras tanto, la producción en condiciones de plena competencia, realizada bajo las especificaciones de las empresas multinacionales, junto con la tecnología avanzada introducida en las nuevas plataformas de exportación del Sur Global, genera una productividad a niveles comparables en muchas áreas a la del Norte Global. El resultado es un sistema global integrado de explotación en el que las diferencias de salarios entre los países del Norte y del Sur son mayores que la diferencia de productividad, lo que conduce a costes laborales unitarios muy bajos en los países del Sur y genera enormes márgenes de beneficio bruto (o superávit económico) sobre el precio de exportación de los bienes de los países más pobres.
Los enormes superávits económicos generados en el Sur Global se registran en la contabilidad del producto interno bruto como valor añadido en el Norte. Sin embargo, se entienden mejor como valor capturado del Sur. Todo este nuevo sistema de explotación internacional asociado a la globalización de la producción constituye la estructura profunda del imperialismo tardío del siglo XXI. Es un sistema de explotación/expropiación mundial formado en torno al arbitraje laboral global, que resulta en un vasto drenaje de valor generado de los países pobres a los países ricos.
Todo esto fue facilitado por las revoluciones en el transporte y las comunicaciones. Los costos de envío se redujeron a medida que proliferaban los contenedores de envío estandarizados. Las tecnologías de la comunicación como los cables de fibra óptica, los teléfonos móviles, la Internet, la banda ancha, la computación en nube y las videoconferencias alteraron la conectividad global. Los viajes en avión abarataron los viajes rápidos, creciendo anualmente en un promedio de 6,5 por ciento entre 2010 y 2019.[30] Alrededor de un tercio de las exportaciones de los Estados Unidos son productos intermedios para bienes finales producidos en otros lugares, como el algodón, el acero, los motores y los semiconductores.[31] Es de estas condiciones rápidamente cambiantes, que generan una estructura de acumulación internacional cada vez más integrada y jerárquica, que surgió la actual estructura de la cadena mundial de producción. El resultado fue la conexión de todas las partes del globo dentro de un sistema mundial de opresión, una conectividad que ahora muestra signos de desestabilización bajo los impactos de la guerra comercial de los Estados Unidos contra China y los efectos económicos globales de la pandemia COVID-19.
La pandemia COVID-19, con sus cierres y distanciamientos sociales, es “la primera crisis de la cadena de suministro mundial”.[32] Esto ha dado lugar a pérdidas de valor económico, a un enorme desempleo y subempleo, al colapso de las empresas, al aumento de la explotación y a la generalización del hambre y las privaciones. La clave para comprender tanto la complejidad como el caos de la crisis actual es el hecho de que ningún director general de una corporación multinacional en ningún lugar tiene un mapa completo de la cadena de producción de la empresa.[33] Por lo general, los centros financieros y los funcionarios de adquisiciones de las empresas conocen a sus proveedores de primer nivel, pero no a los de segundo nivel (es decir, a los proveedores de sus proveedores), y mucho menos a los de tercer o incluso cuarto nivel. Como escribe Elisabeth Braw en Foreign Policy, “Michael Essig, profesor de gestión de suministros de la Universidad Bundeswehr de Munich calculó que una empresa multinacional como Volkswagen tiene 5.000 proveedores (los llamados proveedores de primer nivel), cada uno con un promedio de 250 proveedores de segundo nivel. Eso significa que la empresa tiene en realidad 1,25 millones de proveedores, la gran mayoría de los cuales no conoce”. Además, esto deja fuera a los proveedores de tercer nivel. Cuando se produjo el nuevo brote de coronavirus en Wuhan, China, se descubrió que 51.000 empresas de todo el mundo tenían al menos un proveedor directo en Wuhan, mientras que 5 millones de empresas tenían al menos un proveedor de dos niveles allí. El 27 de febrero de 2020, cuando la interrupción de la cadena de suministro seguía centrada en gran medida en China, el Foro Económico Mundial, citando un informe de Dun & Bradstreet, declaró que más del 90% de las empresas multinacionales de Fortune tenían un proveedor de primer o segundo nivel afectado por el virus.[34]
Los efectos del SARS-CoV-2 han hecho que sea urgente que las empresas traten de cartografiar todas sus cadenas de productos. Pero esto es sumamente complejo. Cuando ocurrió el desastre nuclear de Fukushima, se descubrió que la zona de Fukushima producía el 60 por ciento de las piezas de automóviles más importantes del mundo, una gran parte de los productos químicos para baterías de litio del mundo y el 22 por ciento de las obleas de silicio de trescientos milímetros del mundo, todos ellos cruciales para la producción industrial. En ese momento, algunas corporaciones financieras monopolistas intentaron trazar un mapa de sus cadenas de suministro. Según el Harvard Business Review, “los ejecutivos de un fabricante japonés de semiconductores nos dijeron que un equipo de 100 personas tardó más de un año en trazar un mapa de las redes de suministro de la empresa en lo profundo de los subniveles tras el terremoto y el tsunami [y el desastre nuclear de Fukushima] en 2011”.[35]
Frente a las cadenas de productos en las que muchos de los eslabones de la cadena son invisibles, y en las que las cadenas se están rompiendo en numerosos lugares, las empresas se enfrentan a interrupciones e incertidumbres en lo que Marx llamó la “cadena de metamorfosis” en la producción, distribución y consumo de productos materiales, junto con cambios erráticos en la demanda de la oferta general. La escala de la pandemia de coronavirus y sus consecuencias en la acumulación mundial no tienen precedentes, y los costos económicos mundiales siguen aumentando. A finales de marzo, unos 3.000 millones de personas del planeta se encontraban en situación de encierro o de distanciamiento social.[36] La mayoría de las empresas no tienen un plan de emergencia para hacer frente a las múltiples rupturas de sus cadenas de suministro.[37] La magnitud del problema se ha manifestado en los primeros meses de 2020 en decenas de miles de declaraciones de force majeure, comenzando primero en China y extendiéndose luego a otros lugares, donde diversos proveedores indican que no pueden cumplir los contratos debido a acontecimientos externos extraordinarios. Esto va acompañado de numerosos “viajes en blanco” que representan viajes programados de buques de carga que se cancelan con la mercancía retenida debido a un fallo de la oferta o la demanda.[38] A principios de abril, la Federación Nacional de Minoristas de los Estados Unidos indicó que en marzo de 2020 se había registrado el nivel más bajo en cinco años en el envío de equivalentes de veinte pies (de contenedores) en la carga de un barco, y se esperaba que los envíos se desplomaran mucho más rápidamente a partir de ese momento.[39] Los vuelos de pasajeros de las aerolíneas en todo el mundo han disminuido alrededor del 90 por ciento, lo que ha llevado a las principales aerolíneas estadounidenses a aprovechar “las barrigas y las cabinas de pasajeros de sus aviones [para redirigirlas] para los vuelos de carga, a menudo quitando los asientos y utilizando las vías vacías para asegurar la carga”.[40]
Según las estimaciones de principios de abril de la Organización Mundial del Comercio, las repercusiones económicas de la pandemia COVID-19 darían lugar a una disminución del comercio mundial anual en 2020 del 13 por ciento en el escenario más optimista y del 32 por ciento en el escenario más pesimista. En este último caso, el colapso del comercio mundial equivaldría en un año a lo que ocurrió en la Gran Depresión de los años 1930 en un período de tres años.[41]
Los graves efectos de la interrupción de las cadenas de suministro mundiales durante la pandemia han sido particularmente evidentes en lo que respecta al equipo médico. Premier, una de las principales organizaciones generales de compras para hospitales en los Estados Unidos, indicó que normalmente compra hasta veinticuatro millones de respiradores (máscaras) N95 por año para sus proveedores y organizaciones de atención de la salud miembros, mientras que sólo en enero y febrero de 2020 sus miembros utilizaron cincuenta y seis millones de respiradores. A fines de marzo, Premier estaba haciendo un pedido de 110 a 150 millones de respiradores, mientras que sus organizaciones miembros, como hospitales y hogares de ancianos, cuando fueron encuestadas indicaron que tenían apenas un suministro para una semana. La demanda de mascarillas médicas se disparó mientras que la oferta global se congeló.[42] Los kits de prueba de COVID-19 también fueron crónicamente escasos a nivel mundial hasta que China aceleró la producción a finales de marzo.[43]
Muchos otros bienes también escasean ahora, mientras que en el caos general los almacenes están desbordados de bienes, como la ropa de moda, cuya demanda se ha desplomado. En el mundo de la producción justo a tiempo y la competencia basada en el tiempo, las existencias se reducen generalmente al mínimo para disminuir los costos. Es probable que a principios de mayo haya una escasez crónica de suministros en las cadenas de suministro de automóviles y de muchas tiendas minoristas de los Estados Unidos. Como ha declarado Peter Hasenkamp, que dirigió la estrategia de la cadena de suministro de Tesla y que ahora está a cargo de las compras de Lucid Motors, una empresa de arranque de automóviles eléctricos: “Se necesitan 2.500 piezas para construir un coche, pero sólo una no”. Los kits de prueba COVID-19 escaseaban en los Estados Unidos, en parte debido a la escasez de hisopos.[44] A mediados de abril de 2020, el 81 por ciento de las empresas manufactureras mundiales estaban experimentando escasez de suministros, lo que se manifiesta en un aumento del 44 por ciento en las declaraciones de force majeure para marzo desde principios del año anterior a la aparición del nuevo coronavirus, y un aumento del 38 por ciento en los cierres de producción. El resultado no sólo es una escasez material sino una crisis de liquidez y, por lo tanto, un enorme “pico de los riesgos financieros”.[45]
Para las empresas multinacionales de hoy en día, que les importa poco el valor de uso que venden siempre que generen valor de cambio, el verdadero impacto económico de la interrupción de las cadenas de suministro es su efecto en las cadenas de valor, es decir, en los flujos de valor de cambio. Aunque los efectos de valor total de la interrupción de la oferta mundial no se conocerán hasta dentro de algún tiempo, una indicación de la crisis que esto genera para la acumulación puede verse en las pérdidas de valor que han experimentado las empresas. Cientos de empresas, incluidas firmas como Boeing, Nike, Hershey, Sun Microsystems y Cisco, se han enfrentado a perturbaciones críticas de la cadena de produccións en los dos últimos decenios. Los estudios basados en unos ochocientos casos han demostrado que el efecto medio para las empresas de esa interrupción de la cadena de suministro incluye: una “caída del 107 por ciento de los ingresos de explotación; una caída del 114 por ciento del rendimiento de las ventas; una caída del 93 por ciento del rendimiento de los activos; un crecimiento de las ventas un 7 por ciento más bajo; un crecimiento del 11 por ciento del coste; y un crecimiento del 14 por ciento de las existencias”, y los efectos negativos suelen durar dos años. En la misma investigación se indica que “las empresas que sufren interrupciones en la cadena de suministro experimentan entre un 33 y un 40 por ciento menos de rendimiento de las existencias en relación con sus puntos de referencia en la industria durante un período de tres años que comienza un año antes y termina dos años después de la fecha de anuncio de la interrupción”. Además, la volatilidad del precio de las acciones en el año siguiente a la interrupción es un 13,50 por ciento más alta en comparación con la volatilidad del año anterior a la interrupción”.[46]
Aunque nadie sabe cómo caerá todo esto en el presente, incluso en el caso de una empresa individual, el capital tiene todas las razones para temer las consecuencias para la valorización y la acumulación. En todas partes, la producción está disminuyendo y el desempleo/subempleo se dispara a medida que las empresas se deshacen de los trabajadores que en los Estados Unidos se dejan simplemente a su suerte. Las empresas están ahora en una carrera por tirar de sus cadenas de productos y proporcionar cierta apariencia de estabilidad en lo que parece ser una crisis generalizada. Además, la interrupción de toda la cadena de metamorfosis involucrada en el arbitraje laboral global amenaza con engendrar un colapso financiero en una economía mundial todavía caracterizada por el estancamiento, la deuda y la financiación.
Una de las vulnerabilidades más importantes es la denominada financiación de la cadena de suministro, que permite a las empresas aplazar los pagos a los proveedores con la ayuda de la financiación bancaria. Según el Wall Street Journal, algunas empresas tienen obligaciones de financiación de la cadena de suministro que empequeñecen su deuda neta declarada. Esas deudas con los proveedores son vendidas por otros intereses financieros en forma de pagarés a corto plazo. Credit Suisse es propietario de los pagarés que deben las grandes empresas de los Estados Unidos, como Kellogg y General Mills. Con una interrupción general de las cadenas de productos básicos, esta intrincada cadena de financiación, que es en sí misma objeto de especulación, está inherentemente situada en un modo de crisis en sí mismo, creando vulnerabilidades adicionales en un sistema financiero ya frágil.[47]
El imperialismo, la clase y la pandemia
El SARS-CoV-2, al igual que otros patógenos peligrosos que han surgido o reaparecido en los últimos años, está estrechamente relacionado con un complejo conjunto de factores, entre ellos 1) el desarrollo de la agroindustria mundial con sus monocultivos genéticos en expansión que aumentan la susceptibilidad a la contracción de enfermedades zoonóticas de los animales salvajes a los domésticos y a los humanos; 2) la destrucción de los hábitats silvestres y la perturbación de las actividades de las especies salvajes; y 3) la proximidad de los seres humanos. No cabe duda de que las cadenas mundiales de productos y los tipos de conectividad que han producido se han convertido en vectores de la rápida transmisión de enfermedades, lo que pone en tela de juicio toda esta pauta de explotación mundial del desarrollo. Como ha escrito Stephen Roach, de la School of Management de Yale, antiguo economista jefe de Morgan Stanley y principal creador del concepto de arbitraje laboral mundial, en el contexto de la crisis del coronavirus, lo que querían las sedes financieras de las empresas eran “bienes de bajo costo, independientemente de lo que esas eficiencias de costos implicaban en términos de [la falta de] inversión en salud pública, o yo diría también [la falta de] inversión en la protección del medio ambiente y la calidad del clima”. El resultado de ese enfoque insostenible de la “eficiencia en función de los costos” son las crisis ecológicas y epidemiológicas mundiales contemporáneas y sus consecuencias financieras, que desestabilizan aún más un sistema que ya presentaba un “aumento excesivo” característico de las burbujas financieras.[48]
En la actualidad, los países ricos se encuentran en el epicentro de la pandemia y las repercusiones financieras de COVID-19, pero la crisis general, que incorpora sus efectos económicos y epidemiológicos, afectará más a los países pobres. La forma en que se maneja una crisis planetaria de este tipo se filtra en última instancia a través del sistema de clase imperial. En marzo de 2020, el equipo de respuesta a la pandemia COVID-19 del Imperial College de Londres publicó un informe en el que se indicaba que en un escenario mundial en el que el SARS-CoV-2 no se mitigara, sin distanciamientos sociales ni bloqueos, morirían cuarenta millones de personas en el mundo, con tasas de mortalidad más elevadas en los países ricos que en los países pobres, debido a las mayores proporciones de población mayor de 65 años, en comparación con los países pobres. En este análisis se tuvo en cuenta, aparentemente, el mayor acceso a la atención médica en los países ricos. Pero dejó de lado factores como la desnutrición, la pobreza y la mayor susceptibilidad a las enfermedades infecciosas en los países pobres. No obstante, las estimaciones del Imperial College, basadas en estos supuestos, indicaron que en un escenario no mitigado el número de muertes sería del orden de 15 millones en Asia Oriental y el Pacífico, 7,6 millones de personas en Asia Meridional, 3 millones de personas en América Latina y el Caribe, 2,5 millones de personas en el África Subsahariana y 1,7 millones en el Oriente Medio y el Norte de África, en comparación con 7,2 millones en Europa y Asia Central y unos 3 millones en América del Norte.[49]
Basando su análisis en el enfoque del Colegio Imperial, Ahmed Mushfiq Mobarak y Zachary Barnett-Howell, de la Universidad de Yale, escribieron un artículo para la revista especializada Foreign Policy titulado “Poor Countries Need to Think Twice About Social Distancing” (Los países pobres deben pensar dos veces en el distanciamiento social). En su artículo, Mobarak y Barnett-Howell fueron muy explícitos, argumentando que “los modelos epidemiológicos dejan claro que el costo de no intervenir en los países ricos sería de cientos de miles a millones de muertos, un resultado mucho peor que la más profunda recesión económica imaginable. En otras palabras, las intervenciones de distanciamiento social y la supresión agresiva, incluso con sus costos económicos conexos, se justifican de manera abrumadora en las sociedades de altos ingresos”, para salvar vidas. Sin embargo, no ocurre lo mismo, sugirieron, en el caso de los países pobres, ya que tienen relativamente pocas personas de edad avanzada en el conjunto de su población, lo que genera, según las estimaciones del Imperial College, sólo alrededor de la mitad de la tasa de mortalidad. Este modelo, admiten, “no tiene en cuenta la mayor prevalencia de enfermedades crónicas, afecciones respiratorias, contaminación y desnutrición en los países de bajos ingresos, lo que podría aumentar las tasas de mortalidad por brotes de coronavirus”. Pero ignorando en gran medida esto en su artículo (y en un estudio relacionado realizado a través del Department of Economics de Yale), estos autores insisten en que sería mejor, dado el empobrecimiento y el vasto desempleo y subempleo en estos países, que las poblaciones no practicaran el distanciamiento social o las pruebas y la supresión agresivas, y que pusieran sus esfuerzos en la producción económica, manteniendo presumiblemente intactas las cadenas de suministro mundiales que comienzan principalmente en los países con salarios bajos.[50] No cabe duda de que la muerte de decenas de millones de personas en el Sur Global es considerada por estos autores como una compensación razonable para el crecimiento continuo del imperio del capital.
Como Mike Davis argumenta, el capitalismo del siglo XXI apunta a “un triaje permanente de la humanidad… condenando a parte de la raza humana a una eventual extinción”. Él pregunta:
Pero, ¿qué sucede cuando COVID se propaga en poblaciones con un acceso mínimo a la medicina y niveles dramáticamente más altos de mala nutrición, problemas de salud no atendidos y sistemas inmunológicos dañados? La ventaja de la edad valdrá mucho menos para los jóvenes pobres de los barrios precarios de África y el Asia del Sur.
También existe la posibilidad de que la infección masiva en los barrios y las ciudades pobres pueda cambiar el modo de infección y modificar la naturaleza de la enfermedad. Antes de la aparición del SARS en 2003, las epidemias de coronavirus altamente patógenos se limitaban a los animales domésticos, sobre todo a los cerdos. Los investigadores pronto reconocieron dos rutas diferentes de infección: fecal-oral, que atacaba el estómago y el tejido intestinal, y respiratoria, que atacaba los pulmones. En el primer caso, la mortalidad solía ser muy elevada, mientras que en el segundo se producían generalmente casos más leves. Un pequeño porcentaje de los casos positivos actuales, especialmente los de los cruceros, reportan diarrea y vómitos, y, para citar un informe, «no se debe subestimar la posibilidad de transmisión del SARS-CoV-2 a través de las aguas residuales, los desechos, el agua contaminada, los sistemas de aire acondicionado y los aerosoles».
La pandemia ha llegado ahora a los barrios marginales de África y el sur de Asia, donde la contaminación fecal se encuentra en todas partes: en el agua, en las verduras cultivadas en casa y como polvo arrastrado por el viento. (Sí, las tormentas de mierda son reales.) ¿Esto favorecerá la ruta entérica? Como en el caso de los animales, ¿conducirá esto a más infecciones letales, posiblemente en todos los grupos de edad?[51]
El argumento de Davis deja clara la inmoralidad flagrante de una posición que dice que el distanciamiento social y la supresión agresiva del virus en respuesta a la pandemia debería tener lugar en los países ricos y no en los pobres. Esas estrategias epidemiológicas imperialistas son tanto más despiadadas cuanto que toman la pobreza de las poblaciones del Sur Global, producto del imperialismo, como justificación de un enfoque maltusiano o darwinista social, en el que morirían millones de personas para mantener el crecimiento de la economía mundial, principalmente en beneficio de los que están en la cúspide del sistema. Contrasta esto con el enfoque adoptado en la Venezuela dirigida por los socialistas, el país de América Latina con el menor número de muertes per cápita de COVID-19, donde el distanciamiento social organizado colectivamente y el aprovisionamiento social se combinan con un examen personalizado ampliado para determinar quién es más vulnerable, pruebas generalizadas y la expansión de los hospitales y la atención de la salud, desarrollándose sobre los modelos cubano y chino.[52]
Económicamente, el Sur Global en su conjunto, aparte de los efectos directos de la pandemia, está destinado a pagar el costo más alto. La descomposición de las cadenas de suministro mundiales debido a la cancelación de pedidos en el Norte Global (así como el distanciamiento social y los cierres en todo el mundo) y la remodelación de las cadenas de productos básicos que seguirá, dejará a países y regiones enteras devastadas.[53]
En este sentido, es crucial reconocer también que la pandemia de COVID-19 se ha producido en medio de una guerra económica por la hegemonía mundial desatada por la administración de Donald Trump y dirigida a China, que ha representado alrededor del 37 por ciento de todo el crecimiento acumulado de la economía mundial desde 2008.[54] La administración de Trump ve esto como una guerra por otros medios. Como resultado de la guerra de aranceles, muchas empresas estadounidenses ya habían sacado sus cadenas de suministro de China. Levi’s, por ejemplo, ha reducido su fabricación en China del 16 por ciento en 2017 al 1-2 por ciento en 2019. Frente a la guerra de aranceles y la pandemia de COVID-19, dos tercios de los 160 ejecutivos encuestados en todas las industrias de los Estados Unidos han indicado recientemente que ya se habían mudado, que planeaban mudarse o que estaban considerando trasladar sus operaciones de China a México, donde los costos unitarios de mano de obra son ahora comparables y donde estarían más cerca de los mercados estadounidenses.[55] La guerra económica de Washington contra China es actualmente tan feroz que el gobierno de Trump se negó a bajar los aranceles sobre el equipo de protección personal, esencial para el personal médico, hasta finales de marzo.[56] Trump, mientras tanto, nombró a Peter Navarro, el economista a cargo de su guerra económica por la hegemonía con China, como jefe de la Defense Production Act (Ley de Producción de Defensa) para hacer frente a la crisis de COVID-19.
En su papel de director de la guerra comercial de Estados Unidos contra China y como coordinador de políticas de la Defense Production Act, Navarro ha acusado a China de introducir una “conmoción comercial” que perdió “más de cinco millones de puestos de trabajo en la industria manufacturera y 70.000 fábricas” y “mató a decenas de miles de estadounidenses” al destruir empleos, familias y salud. Ahora está declarando que esto ha sido seguido por un “shock del virus de China”.[57] Sobre esta base propagandística, Navarro procedió a integrar la política estadounidense con respecto a la pandemia en torno a la necesidad de luchar contra el llamado “virus de China” y sacar las cadenas de suministro estadounidenses de China. Sin embargo, dado que alrededor de un tercio de todos los productos manufactureros intermedios mundiales se producen actualmente en China, sobre todo en los sectores de alta tecnología, y dado que esto sigue siendo clave para el arbitraje laboral mundial, el intento de esa reestructuración será enormemente perturbador, en la medida en que sea realmente posible.[58]
Algunas multinacionales que habían trasladado su producción fuera de China se enteraron con dificultad más tarde de que la decisión no las “liberaba” de su dependencia de ella. Samsung, por ejemplo, ha empezado a transportar componentes electrónicos desde China a sus fábricas en Viet Nam, un destino para las empresas que están ansiosas por escapar de los aranceles de la guerra comercial. Pero Vietnam también es vulnerable, porque dependen en gran medida de China para los materiales o las piezas intermedias.[59] Casos similares han ocurrido en países vecinos del sudeste asiático. China es el mayor socio comercial de Indonesia y aproximadamente entre el 20 y el 50 por ciento de las materias primas para las industrias del país provienen de China. En febrero, las fábricas de Batam, Indonesia, ya tuvieron que lidiar con materias primas de China agotándose (lo que representa el 70 por ciento de lo que se produjo en esa región). Las empresas de allí dijeron que consideraban la posibilidad de obtener materiales de otros países, pero “no es exactamente fácil”. Para muchas fábricas, la opción factible era “cesar completamente las operaciones”.[60] Capitalistas como Cao Dewang, el multimillonario chino fundador de la Fuyao Glass Industry, predice el debilitamiento del papel de China en la cadena de suministro mundial después de la pandemia, pero concluye que, al menos a corto plazo, “es difícil encontrar una economía que sustituya a China en la cadena de la industria mundial”, lo que plantea muchas dificultades por las “deficiencias de infraestructura” en los países del sudeste asiático, el aumento de los costes laborales en el Norte Global y los obstáculos que tienen que afrontar los “países ricos” si quieren “reconstruir la fabricación doméstica”.[61]
La crisis de COVID-19 no debe tratarse como el resultado de una fuerza externa o como un acontecimiento imprevisible del “cisne negro”, sino que pertenece a un complejo de tendencias de crisis que son ampliamente predecibles, aunque no en términos de tiempo exacto. Hoy en día, el centro del sistema capitalista se enfrenta a un estancamiento secular en términos de producción e inversión, que depende para su expansión y la acumulación de riqueza por los ricos de tasas de interés históricamente bajas, altos montos de deuda, la fuga de capital del resto del mundo y la especulación financiera. La desigualdad de ingresos y riqueza está alcanzando niveles para los que no existe una analogía histórica. La ruptura en la ecología mundial ha alcanzado proporciones planetarias y está creando un entorno planetario que ya no constituye un lugar seguro para la humanidad. Están surgiendo nuevas pandemias sobre la base de un sistema global de capital monopolístico-financiero que se ha convertido en el principal vector de enfermedades. Los sistemas estatales en todas partes están retrocediendo hacia niveles más altos de represión, ya sea bajo el manto del neoliberalismo o del neofascismo.
La naturaleza extraordinariamente explotadora y destructiva del sistema se pone de manifiesto en el hecho de que los trabajadores manuales de todas partes han sido declarados trabajadores esenciales de infraestructuras críticas (un concepto formalizado en los Estados Unidos por el Department of Homeland Security) y se espera que lleven a cabo la producción en su mayor parte sin equipo de protección, mientras que las clases más privilegiadas y prescindibles se distancian socialmente.[62] Un verdadero encierro sería mucho más extenso y requeriría el aprovisionamiento y la planificación por parte del Estado, asegurando que toda la población estuviera protegida, en lugar de centrarse en el rescate de los intereses financieros. Es precisamente debido a la naturaleza de clase del distanciamiento social, así como al acceso a los ingresos, la vivienda, los recursos y la atención médica, que la morbilidad y la mortalidad por COVID-19 en los Estados Unidos está cayendo principalmente en las poblaciones de color, donde las condiciones de injusticia económica y ambiental son más severas.[63]
La producción social y el metabolismo planetario
Fundamental para el punto de vista materialista de Marx era lo que él llamaba “la jerarquía de… necesidades”.[64] Esto significaba que los seres humanos eran seres materiales, parte del mundo natural, así como creando su propio mundo social dentro de él. Como seres materiales tenían que satisfacer sus necesidades materiales, primero comiendo y bebiendo, proporcionando alimento, refugio, ropa y las condiciones básicas de una existencia saludable, antes de perseguir sus necesidades de desarrollo superiores, necesarias para la plena realización del potencial humano.[65] Pero en las sociedades de clases siempre se daba el caso de que la gran mayoría, los verdaderos productores, quedaban relegados a condiciones en las que se veían atrapados en una lucha constante por satisfacer sus necesidades más básicas. Esto no ha cambiado fundamentalmente. A pesar de la enorme riqueza creada a lo largo de siglos de crecimiento, millones y millones de personas, incluso en la sociedad capitalista más rica, permanecen en condiciones precarias en relación con aspectos básicos como la seguridad alimentaria, la vivienda, el agua potable, la atención de la salud y el transporte -en condiciones en las que tres multimillonarios de los Estados Unidos poseen tanta riqueza como la baja mitad de la población-.
Mientras tanto, los entornos locales y regionales se han puesto en peligro -al igual que todos los ecosistemas del mundo y el propio Sistema de la Tierra como un lugar seguro para la humanidad-. El énfasis en las “eficiencias de costos” globales (un eufemismo para la mano de obra barata y la tierra barata) ha llevado al capital multinacional a crear un complejo sistema de cadenas de productos globales, diseñadas en cada punto para maximizar la sobre/súperexplotación de la mano de obra a nivel mundial, y a la vez convertir el mundo entero en un mercado de bienes raíces, en gran parte como un campo para la operación de la agroindustria. El resultado ha sido un vasto drenaje de los excedentes de la periferia del sistema global y un saqueo de los bienes comunes planetarios. En el estrecho sistema de contabilidad de valores empleado por el capital, la mayor parte de la existencia material, incluido todo el sistema terrestre y las condiciones sociales de los seres humanos, en la medida en que éstos no entran en el mercado, se consideran externalidades, que deben ser robadas y despojadas en aras de la acumulación de capital. Lo que ha sido erróneamente caracterizado como “la tragedia de los bienes comunes” se entiende mejor, como Guy Standing ha señalado en Plunder of the Commons, como “la tragedia de la privatización”. Hoy en día, la famosa Paradoja de Lauderdale, introducida por el Conde de Lauderdale a principios del siglo XIX, en la que se destruye la riqueza pública para aumentar la privada, tiene a todo el planeta como campo de operación.[66]
Los circuitos de capital del imperialismo tardío han llevado estas tendencias a su máxima extensión, generando una crisis ecológica planetaria de rápido desarrollo que amenaza con engullir a la civilización humana tal como la conocemos; una tormenta perfecta de catástrofe. Esto se suma a un sistema de acumulación que está divorciado de cualquier ordenamiento racional de las necesidades de la población independiente del nexo del dinero.[67] La acumulación y la acumulación de riqueza en general dependen cada vez más de la proliferación de desperdicios de todo tipo. En medio de este desastre, ha surgido una nueva Guerra Fría y una creciente probabilidad de destrucción termonuclear, con un Estados Unidos cada vez más inestable y agresivo a la cabeza. Esto ha llevado al Boletín de Científicos Atómicos a mover su famoso reloj del día del juicio final a 100 segundos para la medianoche, el más cercano a la medianoche desde que el reloj comenzó en 1947.[68]
La pandemia COVID-19 y la amenaza de pandemias crecientes y más mortíferas es producto de este mismo desarrollo tardoimperialista. Las cadenas de explotación y expropiación global han desestabilizado no sólo las ecologías sino también las relaciones entre las especies, creando un brebaje tóxico de patógenos. Todo esto puede considerarse como el resultado de la introducción de la agroindustria con sus monocultivos genéticos; la destrucción masiva de los ecosistemas que implica la mezcla incontrolada de especies; y un sistema de valorización global basado en el tratamiento de la tierra, los cuerpos, las especies y los ecosistemas como tantos “dones gratuitos” a ser expropiados, independientemente de los límites naturales y sociales.
Los nuevos virus tampoco son el único problema de salud mundial emergente. El uso excesivo de antibióticos en la agroindustria, así como en la medicina moderna, ha dado lugar al peligroso crecimiento de súperbacterias que generan cada vez más muertes, que para mediados de siglo podrían superar las muertes anuales por cáncer, e inducen a la Organización Mundial de la Salud a declarar una “emergencia sanitaria mundial”.[69] Dado que las enfermedades contagiosas, debido a las condiciones desiguales de la sociedad de clases capitalista, caen con mayor fuerza sobre la clase obrera y los pobres, y sobre las poblaciones de la periferia, el sistema que genera tales enfermedades en la búsqueda de la riqueza cuantitativa puede ser acusado, como lo hicieron Engels y los Cartistas en el siglo XIX, de asesinato social. Como han sugerido los revolucionarios desarrollos en epidemiología representados por One Health y Structural One Health, la etiología de las nuevas pandemias puede rastrearse hasta el problema general de la destrucción ecológica provocada por el capitalismo.
Aquí, la necesidad de una “reconstitución revolucionaria de la sociedad en general” vuelve a surgir, como tantas veces en el pasado.[70] La lógica del desarrollo histórico contemporáneo apunta a la necesidad de un sistema de reproducción metabólica social más comunal-común, en el que los productores asociados regulen racionalmente su metabolismo social con la naturaleza, de manera que se promueva el libre desarrollo de cada uno como base del libre desarrollo de todos, conservando al mismo tiempo la energía y el medio ambiente.[71] El futuro de la humanidad en el siglo XXI no está en la dirección del aumento de la explotación/expropiación económica y ecológica, el imperialismo y la guerra. Más bien, lo que Marx llamó “libertad en general” y la preservación de un “metabolismo planetario” viable son las necesidades más apremiantes hoy en día para determinar el presente y el futuro de la humanidad, e incluso la supervivencia humana.[72]
John Bellamy Foster es editor de Monthly Review y profesor de sociología en la University of Oregon. Es el autor, más recientemente, de The Robbery of Nature: Capitalism and the Ecological Rift (con Brett Clark) y The Return of Nature: Socialism and Ecology -ambos publicados por Monthly Review Press en 2020-. Intan Suwandi es profesor asistente de sociología en la Illinois State University y autor de Value Chains: The New Economic Imperialism (Monthly Review Press, 2019). Agradecen a Fred Magdoff por sus invaluables comentarios.
Traducido por Brian M. Napoletano y Pedro S. Urquijo, 10 de junio de 2020.
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- Sobre el arbitraje laboral global y las cadenas de productos, véase Intan Suwandi, Value Chains (New York: Monthly Review Press, 2019), 32-33, 53-54. Nuestro análisis estadístico de los costos laborales unitarios se realizó en colaboración con R. Jamil Jonna, también publicado como “Global Commodity Chains and the New Imperialism”, Monthly Review 70, no. 10 (March 2019): 1-24. Sobre el arbitraje mundial de tierras, véase Eric Holt-Giménez, A Foodie’s Guide to Capitalism (New York: Monthly Review Press, 2017), 102-4. ↑
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