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COVID-19 y los circuitos de capital

por Rob Wallace, Alex Liebman, Luis Fernando Chaves y Rodrick Wallace

El artículo que ahora se presenta fue elaborado en inglés por los autores en Monthly Review, el 27 de marzo de 2020. Con su autorización presentamos aquí la versión al español. Si bien es cierto que la situación se analiza desde los Estados Unidos de América, el abordaje permite un análisis de las condiciones globales y estructurales de la pandemia. Consideramos que resultan en voces pertinentes sobre la crisis que afrontamos y un llamado de atención a visualizar con mayor profundidad el contexto. -BMN y PSU, 11/04/2020

Actualizado: 27 de marzo de 2020

Este artículo es la Revisión del Mes para la edición de mayo de 2020. La versión impresa llevará al final del artículo la misma fecha que hoy, 27 de marzo de 2020. El hecho de que publiquemos la Revisión del Mes en línea con más de un mes de antelación a la publicación del número completo no tiene precedentes para nosotros y es un testimonio de la presente emergencia. Anticipamos que seañadirán actualizaciones menores al artículo cuando toda la revista se publique en línea, el 1 de mayo.

-Los editores (Monthly Review)

El recuento

COVID-19, la enfermedad causada por el coronavirus SARS-CoV-2, el segundo virus del síndrome respiratorio agudo severo desde 2002, es ahora oficialmente una pandemia. Desde finales de marzo, ciudades enteras se encuentran refugiadas en sí mismas y, uno por uno, los hospitales se están saturando, con el atasco médico provocado por las oleadas de pacientes.

China, cuyo brote inicial está en contracción, ahora respira con mayor facilidad.[1] Corea del Sur y Singapur también. Europa, especialmente Italia y España, pero cada vez más otros países, ya doblan las cifras de las muertes de las primeras etapas del brote. América Latina y África recién ahora comienzan a acumular casos; algunos países se preparan mejor que otros. En los Estados Unidos, una nación que da la impresión de ser el país más rico de la historia del mundo, el futuro próximo parece sombrío. No se prevé que el brote alcance su punto máximo hasta mayo y ya los trabajadores de la salud y los visitantes de los hospitales se pelean a brazo partido por el acceso al menguante suministro de equipo de protección personal.[2] Las enfermeras, a quienes los Centros de Control y Protección de Enfermedades (Centers for Disease Control and Protection; CDC)[3] han recomendado terriblemente usar pañuelos y bufandas como máscaras, han declarado que “el sistema está condenado”.[4]

Mientras tanto, el gobierno de los Estados Unidos sigue tratando de superar los precios de los estados individuales por el equipo médico básico, que se negó a comprar en un primer momento. También ha anunciado una campaña de represión en las fronteras como una intervención de salud pública, mientras el virus hace estragos en el interior del país.[5]

Un equipo de epidemiología del Imperial College proyectó que la mejor campaña de mitigación, que aplanaría la curva trazada de acumulación de casos mediante la cuarentena de los casos detectados y el distanciamiento social de los ancianos, seguiría dejando a los Estados Unidos con 1,1 millones de muertos y una carga de casos ocho veces superior al total de camas de cuidados críticos del país.[6] La supresión de la enfermedad, con el fin de poner fin al brote, llevaría a la salud pública a una cuarentena por caso (y a los miembros de las familias) al estilo chino, y a un distanciamiento en toda la comunidad, incluyendo el cierre de instituciones. Eso reduciría a los Estados Unidos a un rango proyectado de alrededor de 200.000 muertes.

El grupo del Imperial College estima que una campaña exitosa de supresión tendría que llevarse a cabo durante al menos dieciocho meses, con los gastos generales de la contracción económica y el deterioro de los servicios comunitarios. El equipo propuso equilibrar las demandas de control de enfermedades y la economía, alternando la entrada y salida de la cuarentena de la comunidad, según lo desencadenado por un nivel establecido de camas de cuidados críticos llenas.

Otros analistas han presionado hacia atrás. Un grupo liderado por Nassim Taleb, autor de la conocida obra El Cisne Negro, afirma que el modelo del Imperial College no incluye la búsqueda de focos de contactos y el monitoreo puerta a puerta.[7] El punto de quiebre, señala, está en que no consideran que la epidemia a superado la capacidad de muchos gobiernos de comprometerse con este tipo de cordon sanitaire. No será hasta que el brote comience su declive cuando muchos países consideren tales medidas, esperanzados en una prueba funcional y precisa, según proceda. Como dice una irónica frase: “El Coronavirus es demasiado radical. Estados Unidos necesita un virus más moderado al que podamos responder de manera incremental”.[8]

El grupo Taleb resalta la negativa del equipo Imperial College a investigar en qué condiciones el virus puede conducirse a la extinción. La extirpación del virus no significa cero casos, sino suficiente aislamiento para que los casos aislados no produzcan nuevas cadenas de infección. Sólo el 5 por ciento de las personas susceptibles en contacto con un caso en China se infectaron posteriormente. En efecto, el equipo de Taleb se muestra a favor del programa de supresión seguido en China, el cual conduce lo suficientemente rápido como para llevar el brote a la extinción, sin entrar en una maratón de baile entre el control de la enfermedad y asegurar la economía sin escasez de mano de obra. En otras palabras, el enfoque estricto (y de recursos intensivos) de China libera a su población del secuestro de meses o incluso años en el que el equipo del Imperial College recomienda que participen otros países.

El epidemiólogo matemático Rodrick Wallace, uno de nosotros, voltea la tabla de modelación por completo. Las emergencias de modelado, aunque sean necesarias, pasan por alto cuándo y dónde empezar. Las causas estructurales son parte de la emergencia. Incluirlas nos ayuda a descubrir cómo responder mejor, yendo más allá de sólo reiniciar la economía que produjo el daño. “Si se les da a los bomberos los recursos suficientes”, escribe Wallace,

en condiciones normales, la mayoría de incendios, la mayoría de las veces, pueden estar contenida con un mínimo de bajas y destrucción de propiedad.[9] Sin embargo, esa detención depende fundamentalmente de una iniciativa mucho menos romántica, pero no menos heroica, la persistente, continua esfuerzo en regulación que limita el peligro de los edificios mediante la elaboración y aplicación de códigos, y que también asegura que los recursos de combate de incendio, saneamiento y conservación de edificios se suministren a todos en los niveles necesarios…

El contexto cuenta para la infección pandémica, y las actuales estructuras políticas que permiten a las empresas agrícolas multinacionales privatizar las ganancias al tiempo que externalizan y socializan los costos, deben someterse a una “aplicación de códigos” que reinternalizan esos costos si se quiere evitar una enfermedad pandémica verdaderamente mortal en el futuro próximo.[10]

La falta de preparación y reacción ante el brote no comenzó en diciembre, cuando los países de todo el mundo no respondieron una vez que el COVID-19 se derramó fuera de Wuhan. En los Estados Unidos, por ejemplo, no comenzó cuando Donald Trump desmanteló el equipo de preparación para la pandemia de su equipo de seguridad nacional o dejó 700 puestos de los CDC sin cubrir.[11] Tampoco comenzó cuando los federales no actuaron sobre los resultados de un simulacro de pandemia en 2017, que mostraba que el país no estaba preparado.[12] Tampoco cuando, como se afirma en un titular de Reuters, los Estados Unidos “eliminaron el trabajo de los expertos del CDC en China meses antes del brote del virus”, aunque el hecho de no haber tenido un contacto directo temprano con un experto estadounidense sobre el terreno en China, ciertamente debilitó la respuesta de los Estados Unidos. Tampoco comenzó con la desafortunada decisión de no utilizar los equipos de prueba ya disponibles proporcionados por la Organización Mundial de la Salud. En conjunto, los retrasos en la información temprana y la falta total de pruebas serán indudablemente responsables de muchas, probablemente miles, de vidas perdidas.[13]

Las fallas se establecieron en realidad hace décadas, ya que los bienes comunes de la salud pública se descuidaron y monetizaron simultáneamente.[14] Un país capturado por un régimen de epidemiología individualizada, justo a tiempo -una total contradicción- con apenas suficientes camas de hospital y equipo para operaciones normales, es por definición incapaz de reunir los recursos necesarios para perseguir una marca de supresión como la de China.

Siguiendo el punto planteado por el equipo Taleb sobre estrategias modelos en términos más explícitamente políticos, el ecologista de enfermedades Luis Fernando Chaves, otro coautor de este artículo, hace referencia a los biólogos dialécticos Richard Levins y Richard Lewontin para coincidir en que “dejar hablar a los números” sólo enmascara todas las suposiciones dobladas de antemano.[15] Modelos como el estudio del Imperial College limitan explícitamente el alcance del análisis a cuestiones estrechamente adaptadas y enmarcadas en el orden social dominante. Por su diseño, no logran captar las fuerzas de mercado más amplias que impulsan los brotes y las decisiones políticas que subyacen a las intervenciones.

Conscientemente o no, las proyecciones resultantes ponen en segundo plano la seguridad de la salud para todos, incluidos los muchos miles de personas más vulnerables que morirían si un país pasara de la lucha contra las enfermedades a la economía. La visión foucaultiana de un Estado que actúa sobre una población en su propio interés sólo representa una actualización, aunque más benigna, de la presión maltusiana por la inmunidad de la manada que el gobierno tory de Gran Bretaña y ahora Holanda propuso – dejar que el virus arda a través de la población sin impedimentos.[16] Hay poca evidencia más allá de una esperanza ideológica de que la inmunidad de la manada garantizaría detener el brote. El virus puede evolucionar fácilmente desde debajo de la manta inmunológica de la población.

Intervención

¿Qué debería hacerse en su lugar? En primer lugar, tenemos que comprender que, al responder a la emergencia de la manera correcta, seguiremos participando tanto en la necesidad como en el peligro.

Necesitamos nacionalizar los hospitales[17] como lo hizo España en respuesta al brote.[18] Tenemos que sobrecargar las pruebas en volumen y giro como lo ha hecho Senegal.[19] Necesitamos socializar los productos farmacéuticos.[20] Necesitamos hacer cumplir las máximas protecciones para el personal médico para frenar la decadencia del personal. Debemos asegurar el derecho a la reparación de los ventiladores y otra maquinaria médica.[21] Tenemos que empezar a producir en masa cócteles de antivirales como el remdesivir y la cloroquina antimalárica de la vieja escuela (y cualquier otro fármaco que parezca prometedor), mientras realizamos ensayos clínicos para comprobar si funcionan más allá del laboratorio.[22] Se debería aplicar un sistema de planificación para: 1) obligar a las empresas a producir los ventiladores y el equipo de protección personal necesarios para los trabajadores de la salud y 2) dar prioridad a la asignación a los lugares con mayores necesidades.

Debemos establecer un equipo masivo de pandemia para proporcionar la fuerza de trabajo -desde la investigación hasta la atención- que se aproxime al orden de demanda que el virus (y cualquier otro patógeno por venir) nos está imponiendo. Hacer coincidir el número de casos con el número de camas de cuidados críticos, personal y equipo necesario para que la supresión pueda cubrir la brecha de números actual. En otras palabras, no podemos aceptar la idea de simplemente sobrevivir al ataque aéreo en curso de COVID-19 sólo para volver más tarde a la localización de contactos y el aislamiento de casos para conducir el brote por debajo de su umbral. Debemos contratar a suficientes personas para identificar al COVID-19 casa por casa ahora mismo, y equiparlas con el equipo de protección necesario, como máscaras adecuadas. En el mismo sentido, necesitamos suspender una sociedad organizada en torno a la expropiación, desde los terratenientes hasta las sanciones a otros países, para que la gente pueda sobrevivir tanto a la enfermedad como a su cura.

Sin embargo, hasta que se pueda implementar un programa de este tipo, la gran mayoría de la población queda desprotegida. Aunque se debe ejercer una presión continua sobre los gobiernos recalcitrantes, en el espíritu de una tradición ampliamente perdida en la organización proletaria que se remonta a 150 años atrás, la gente común que sea capaz de hacerlo debe unirse a los grupos de ayuda mutua y a las brigadas vecinales que están surgiendo.[23] El personal profesional de salud pública que los sindicatos pueden prescindir debe capacitar a estos grupos para evitar que los actos de bondad propaguen el virus.

La insistencia en que unamos los orígenes estructurales del virus a los planes de emergencia nos ofrece la clave para aprovechar cada paso para proteger a la gente antes que los negocios.

Uno de los muchos peligros radica en la normalización de la “batshit crazy[24] que se está llevando a cabo actualmente; una caracterización casual dado el síndrome de que los pacientes sufren por el proverbial excremento de murciélago en los pulmones. Necesitamos detenernos en el impactoque recibimos cuando supimos que otro virus del SARS emergió de sus refugios de vida silvestre y en cuestión de ocho semanas se esparció por toda la humanidad.[25] El virus surgió en el extremo de una línea de suministro regional de alimentos exóticos, desencadenando con éxito una cadena de infecciones de persona a persona, en el otro extremo en Wuhan, China.[26] A partir de ahí, el brote se difundió localmente y se subió a aviones y trenes, extendiéndose por todo el mundo a través de una red estructurada por conexiones de viajes y por una jerarquía de ciudades de más grandes a más pequeñas.[27] Aparte de describir el mercado de alimentos silvestres en el típico orientalismo, se ha dedicado poco esfuerzo a las cuestiones más obvias. ¿Cómo llegó el sector de los alimentos exóticos a un punto en el que podía vender sus productos junto con el ganado más tradicional en el mayor mercado de Wuhan? Los animales no se vendían en la parte trasera de un camión o en un callejón. Piense en los permisos y pagos (y la desregulación de los mismos) involucrados.[28] Mucho más allá de la pesca, los alimentos silvestres en todo el mundo son un sector cada vez más formalizado, capitalizado cada vez más por las mismas fuentes que respaldan la producción industrial.[29] Aunque no es ni mucho menos similar en cuanto a la magnitud de la producción, la distinción es ahora más opaca.

La geografía económica superpuesta se extiende desde el mercado de Wuhan hasta el interior, donde se cultivan alimentos exóticos y tradicionales mediante operaciones que bordean el límite de una zona silvestre en contracción.[30] A medida que la producción industrial invade lo último del bosque, las operaciones de alimentos silvestres deben cortar más lejos para aumentar sus delicias o asaltar los últimos rodales. Como resultado, el más exótico de los patógenos, en este caso el SARS-2, alojado por murciélagos, encuentra su camino hacia un camión, ya sea en los animales de alimentación o en la mano de obra que los atiende, disparando desde un extremo de un circuito periurbano alargado al otro antes de llegar al escenario mundial.[31]

Infiltración

La conexión requiere elaboración, tanto para ayudarnos a planificar el futuro durante este brote como para comprender cómo la humanidad se ha metido en esa trampa.

Algunos patógenos emergen directamente de los centros de producción. Bacterias transmitidas por los alimentos como la Salmonella y la Campylobacter nos vienen a la mente. Pero muchos patógenos como el COVID-19 se originan en las fronteras de la producción de capital. De hecho, al menos el 60 por ciento de los nuevos patógenos humanos surgen al pasar de los animales salvajes a las comunidades humanas locales (antes de que los más exitosos se extiendan al resto del mundo).[32]

Varias luminarias en el campo de la ecosalud, algunas financiadas en parte por Colgate-Palmolive y Johnson & Johnson, empresas que impulsan la vanguardia de la deforestación impulsada por la agroindustria, elaboraron un mapa mundial basado en brotes anteriores que se remontan a 1940 e indican dónde es probable que surjan nuevos patógenos en el futuro.[33] Cuanto más cálido sea el color del mapa, más probable es que surja un nuevo patógeno allí. Pero al confundir tales geografías absolutas, el mapa del equipo, con calidez en China, India, Indonesia, y partes de América Latina y África, pasó por alto un punto crítico. Centrarse en las zonas de brotes ignora las relaciones compartidas por los actores económicos mundiales que conforman las epidemiologías.[34] Los intereses del capital que respaldan los cambios inducidos por el desarrollo y la producción en el uso de la tierra y la aparición de enfermedades en las partes subdesarrolladas del mundo recompensan los esfuerzos que atribuyen la responsabilidad de los brotes a las poblaciones indígenas y sus prácticas culturales tan “sucias”.[35] La preparación de la carne de animales silvestres y los entierros caseros son dos prácticas que se señalan como responsables de la aparición de nuevos patógenos. En cambio, el trazado de geografías relacionales convierte de repente a Nueva York, Londres y Hong Kong, fuentes clave del capital global, en tres de los peores focos rojos del mundo.

Mientras tanto, las zonas de brotes ya ni siquiera están organizadas bajo las políticas tradicionales. El intercambio ecológico desigual -que dirige los peores daños de la agricultura industrial hacia el Sur global- ha pasado de despojar únicamente a las localidades de recursos por el imperialismo dirigido por el Estado a nuevos complejos a través de la escala y las mercancías.[36] La agroindustria está reconfigurando sus operaciones extractivistas en redes espaciales discontinuas a través de territorios de escalas diferentes.[37] Por ejemplo, una serie de “Repúblicas de la Soja” de base multinacional se extienden ahora por Bolivia, Paraguay, Argentina y Brasil. La nueva geografía se encarna en los cambios de la estructura de gestión de las empresas, la capitalización, la subcontratación, las sustituciones de la cadena de suministro, el arrendamiento y la puesta en común de tierras transnacionales.[38] Al estar situados a ambos lados de las fronteras nacionales, estos “países de mercancías”, que se insertan de manera flexible a través de las ecologías y las fronteras políticas, están produciendo nuevas epidemias a lo largo del camino.[39]

Por ejemplo, a pesar del cambio general de población de las zonas rurales comercializadas a los barrios marginales urbanos que continúa hoy en día en todo el mundo, la división rural-urbana que impulsa gran parte del debate en torno a la aparición de enfermedades, hace que se pierda la mano de obra de destino rural y el rápido crecimiento de las ciudades rurales en desakotas periurbanas (pueblos de ciudad) o zwischenstadt (entre ciudades). Mike Davis y otros han identificado cómo estos paisajes recientemente urbanizados actúan tanto como mercados locales como centros regionales para los productos agrícolas mundiales de paso.[40] Algunas de esas regiones incluso se han vuelto “post-agrícolas”.[41] Como resultado, la dinámica de las enfermedades forestales, las fuentes primitivas de los patógenos, ya no están limitadas únicamente a las tierras del interior. Sus epidemiologías asociadas se han vuelto relacionales y se sienten a través del tiempo y el espacio. Un SARS puede encontrarse repentinamente derramándose en los humanos en la gran ciudad a sólo unos días de su cueva de murciélagos.

Los ecosistemas en los que esos virus “salvajes” estaban en parte controlados por las complejidades de la selva tropical se están agilizando drásticamente debido a la deforestación impulsada por el capital y, en el otro extremo del desarrollo periurbano, por los déficits en materia de salud pública y saneamiento ambiental.[42] Si bien muchos patógenos silvestres están muriendo con sus especies huéspedes, como resultado de ello, un subconjunto de infecciones que antes se quemaban con relativa rapidez en el bosque, aunque sólo fuera por una tasa irregular de encuentro con sus especies huéspedes típicas, se están propagando ahora a través de poblaciones humanas susceptibles, cuya vulnerabilidad a la infección suele verse exacerbada en las ciudades por los programas de austeridad y la regulación corrupta. Incluso frente a vacunas eficaces, los brotes resultantes se caracterizan por una mayor extensión, duración e impulso. Lo que una vez fueron derrames locales son ahora epidemias que se abren paso a través de las redes mundiales de viajes y comercio.[43]

Por este efecto de paralaje, por un cambio en el trasfondo ambiental, estándares antiguos como el Ébola, el Zika, el paludismo y la fiebre amarilla, que evolucionan comparativamente poco, se han convertido en amenazas regionales.[44] De repente han pasado de esparcirse en aldeas remotas de vez en cuando a infectar a miles en las ciudades capitales. En otra dirección ecológica, incluso los animales salvajes, rutinariamente reservorios de enfermedades de larga duración, están sufriendo un retroceso. Sus poblaciones fragmentadas por la deforestación, los monos nativos del Nuevo Mundo susceptibles a la fiebre amarilla de tipo salvaje, a la que habían estado expuestos durante al menos cien años, están perdiendo la inmunidad de su manada y muriendo en cientos de miles.[45]

Expansión

Por su sola expansión mundial, la agricultura de mercancías sirve tanto de propulsión como de nexo a través del cual los patógenos de diversos orígenes migran de los depósitos más remotos a los centros de población más internacionales.[46] Es aquí, y a lo largo del camino, donde los nuevos patógenos se infiltran en las comunidades cerradas de la agricultura. Cuanto más largas sean las cadenas de suministro asociadas y mayor sea la extensión de la deforestación adjunta, más diversos (y exóticos) serán los patógenos zoonóticos que entren en la cadena alimentaria. Entre los patógenos de origen agrícola y alimentario que han surgido y vuelto a aparecer recientemente, y que se originan en todo el ámbito antropogénico, se encuentran la peste porcina africana, Campylobacter, Cryptosporidium, Cyclospora, Ebola Reston, E. coli O157:H7, fiebre aftosa, hepatitis E, Listeria, virus Nipah, fiebre Q, Salmonella, Vibrio, Yersinia, y una variedad de variantes novedosas de influenza, entre las que se incluyen H1N1 (2009), H1N2v, H3N2v, H5N1, H5N2, H5Nx, H6N1, H7N1, H7N3, H7N7, H7N9 y H9N2.[47]

Aunque no sea intencional, la totalidad de la línea de producción se organiza en torno a prácticas que aceleran la evolución de la virulencia de los patógenos y su posterior transmisión.[48] El crecimiento de los monocultivos genéticos – animales y plantas de alimentos con genomas casi idénticos – elimina los cortafuegos inmunológicos que en poblaciones más diversas frenan la transmisión.[49] Los patógenos ahora pueden evolucionar rápidamente alrededor de los genotipos inmunes del huésped común. Mientras tanto, las condiciones de hacinamiento deprimen la respuesta inmune.[50] Los tamaños más grandes de las poblaciones de animales de granja y las densidades de las granjas industriales facilitan una mayor transmisión y una infección recurrente.[51] El alto flujo de producción, parte de cualquier producción industrial, proporciona un suministro continuamente renovado de productos susceptibles a nivel de granero, granja y región, eliminando el tope de la evolución de la mortandad de los patógenos.[52] Alojar a muchos animales juntos beneficia a las cepas que mejor pueden quemar a través de ellos. Reducir la edad de matanza -a seis semanas en los pollos- es probable que seleccione los patógenos capaces de sobrevivir a sistemas inmunológicos más robustos.[53] La ampliación de la extensión geográfica del comercio y la exportación de animales vivos ha aumentado la diversidad de los segmentos genómicos que intercambian sus patógenos asociados, incrementando el ritmo al que los agentes patógenos exploran sus posibilidades evolutivas.[54]

Aunque la evolución de los patógenos avanza de todas estas maneras, hay, sin embargo, poca o ninguna intervención, incluso a petición de la propia industria, salvo lo que se requiere para rescatar los márgenes fiscales de cualquier trimestre de la repentina emergencia de un brote.[55] La tendencia tiende a reducir las inspecciones gubernamentales de las granjas y plantas de elaboración, a legislar contra la vigilancia gubernamental y la exposición de los activistas, y a legislar contra incluso la información sobre los detalles de los brotes mortales en los medios de comunicación. A pesar de las recientes victorias en los tribunales contra la contaminación por pesticidas y por cerdos, el mando privado de la producción sigue estando totalmente centrado en el lucro. Los daños causados por los brotes resultantes se externalizan al ganado, los cultivos, la fauna silvestre, los trabajadores, los gobiernos locales y nacionales, los sistemas de salud pública y los agrosistemas alternativos en el extranjero como cuestión de prioridad nacional. En los Estados Unidos, los CDC informan de que los brotes de origen alimentario se están expandiendo en el número de estados afectados y de personas infectadas.[56]

Es decir, la alienación del capital está jugando a favor de los patógenos. Mientras que el interés público se filtra en la puerta de las granjas y fábricas de alimentos, los patógenos se pasan de la bioseguridad que la industria está dispuesta a pagar y se devuelven al público. La producción diaria representa un lucrativo riesgo moral al comer a través de nuestros bienes comunes de salud.

Liberación

Hay una ironía reveladora en Nueva York, una de las ciudades más grandes del mundo, que se refugia en el lugar contra el COVID-19, un hemisferio alejado de los orígenes del virus. Millones de neoyorquinos se esconden en viviendas supervisadas hasta hace poco por una tal Alicia Glen, hasta 2018 la teniente de alcalde de la ciudad para la vivienda y el desarrollo económico.[57] Glen es un ex ejecutivo de Goldman Sachs que supervisó el Grupo de Inversión Urbana[58] de la compañía de inversiones, que financia proyectos en el tipo de comunidades en las que las otras unidades de la empresa ayudan a redline[59].[60]

Glen, por supuesto, no es de ninguna manera personalmente culpable del brote, sino que es más bien un símbolo de una conexión que golpea más cerca de casa. Tres años antes de que la ciudad la contratara, tras una crisis de vivienda y la Gran Recesión en parte por su cuenta, su antiguo empleador, junto con JPMorgan, Bank of America, Citigroup, Wells Fargo & Co., y Morgan Stanley, se llevaron el 63 por ciento de la financiación de los préstamos federales de emergencia resultantes.[61] Goldman Sachs, despejado de los gastos generales, pasó a diversificar sus propiedades para salir de la crisis. Goldman Sachs tomó el 60 por ciento de las acciones de Shuanghui Investment and Development, parte de la gigantesca agroindustria china que compró la empresa estadounidense Smithfield Foods, el mayor productor de cerdos del mundo.[62] Por 300 millones de dólares, también se ganó la propiedad de diez granjas avícolas en Fujian y Hunan, una provincia más allá de Wuhan y muy dentro de la cuenca de alimentos silvestres de la ciudad.[63] Invirtió hasta otros 300 millones de dólares junto con el Deutsche Bank en la cría de cerdos en las mismas provincias.[64]

Las geografías relacionales exploradas arriba han circulado todo el camino de regreso. Hay una pandemia que actualmente enferma a los distritos electorales de Glen de apartamento a apartamento en todo Nueva York, el mayor epicentro del COVID-19 de los Estados Unidos. Pero también debemos reconocer que el bucle de causas del brote se extendió en parte desde Nueva York para empezar, por muy pequeña que sea la inversión de Goldman Sachs en este caso para un sistema del tamaño de la agricultura china.

El señalamiento nacionalista, desde el racista “virus de China” de Trump y a lo largo del continuo liberal, oscurece las direcciones mundiales entrelazadas de estado y capital.[65] “Hermanos enemigos”, los describió Karl Marx.[66] La muerte y los daños sufridos por los trabajadores en el campo de batalla, en la economía y ahora en sus sillones luchando por recuperar el aliento manifiestan tanto la competencia entre las élites que maniobran por los menguantes recursos naturales como los medios compartidos para dividir y conquistar a la masa de la humanidad atrapada en los engranajes de estas maquinaciones.

En efecto, una pandemia que surge del modo de producción capitalista y que se espera que el Estado gestione en un extremo puede ofrecer una oportunidad de la que los gestores y beneficiarios del sistema puedan prosperar en el otro. A mediados de febrero, cinco senadores de los Estados Unidos y veinte miembros de la Cámara de Representantes se deshicieron de millones de dólares en acciones de propiedad personal en industrias que probablemente se verán dañadas en la inminente pandemia.[67] Los políticos basaron sus operaciones con información privilegiada en inteligencia no pública, aun cuando algunos de los representantes siguieron repitiendo públicamente las misivas del régimen de que la pandemia no servía para tal amenaza.

Más allá de este tipo de prácticas de romper-y-agarrar, la corrupción en los Estados Unidos es sistémica; un marcador del fin del ciclo de acumulación de los Estados Unidos cuando el capital se liquida.

Hay algo comparativamente anacrónico en los esfuerzos por mantener el caño encendido, aunque se organicen en torno a la reificación de las finanzas sobre la realidad de las ecologías primarias (y las epidemiologías conexas) en las que se basa. Para el propio Goldman Sachs, la pandemia, como las crisis anteriores, ofrece “espacio para crecer”:

Compartimos el optimismo de los diversos expertos en vacunas e investigadores de las empresas de biotecnología, basado en los buenos progresos que se han hecho hasta ahora en diversas terapias y vacunas. Creemos que el miedo se calmará a la primera evidencia significativa de tal progreso…

Tratar de negociar con un posible objetivo de reducción cuando el objetivo de fin de año es sustancialmente más alto es apropiado para los operadores diurnos, los seguidores del impulso y algunos gestores de fondos de cobertura, pero no para los inversores a largo plazo. De igual importancia, no hay garantía de que el mercado alcance los niveles más bajos que puedan utilizarse como justificación para vender hoy. Por otra parte, tenemos más confianza en que el mercado alcanzará finalmente el objetivo más alto dada la resistencia y la preeminencia de la economía de los Estados Unidos.

Y por último, creemos que los niveles actuales ofrecen la oportunidad de aumentar lentamente los niveles de riesgo de una cartera. Para aquellos que pueden estar sentados en un exceso de efectivo y tienen poder de permanencia con la correcta asignación estratégica de activos, este es el momento de empezar a añadir gradualmente a las acciones de S&P.[68]

Horrorizados por la continua carnicería, la gente de todo el mundo saca conclusiones diferentes.[69] Los circuitos de capital y producción, que los patógenos marcan como si fueran etiquetas radioactivas una tras otra, se consideran desmesurados.

¿Cómo caracterizar tales sistemas más allá, como hicimos anteriormente, de lo episódico y circunstancial? Nuestro grupo está en medio de la derivación de un modelo que supera los esfuerzos de la medicina colonial moderna que se encuentra en la ecosalud y en One Health que sigue culpando a los indígenas y a los pequeños propietarios locales de la deforestación que lleva a la aparición de enfermedades mortales.[70]

Nuestra teoría general sobre el surgimiento de la enfermedad neoliberal, incluyendo, sí, en China, combina:

  • circuitos globales de capital;
  • el despliegue de dicha capital destruyendo la complejidad ambiental regional que mantiene controlado el crecimiento de la población de patógenos virulentos;
  • el aumento resultante de las tasas y la amplitud taxonómica de los eventos de derrame;
  • los circuitos periurbanos de productos básicos en expansión que transportan estos nuevos patógenos derramados en el ganado y la mano de obra desde el interior más profundo a las ciudades regionales;
  • las crecientes redes mundiales de viajes (y de comercio de ganado) que transportan los patógenos de dichas ciudades al resto del mundo en tiempo récord;
  • las formas en que estas redes reducen la fricción de la transmisión, seleccionando para la evolución una mayor mortandad de patógenos tanto en el ganado como en las personas;
  • y, entre otras imposiciones, la escasez de reproducción in situ en la ganadería industrial, eliminando la selección natural como un servicio de los ecosistemas que proporciona una protección contra las enfermedades en tiempo real (y casi gratuita).

La premisa operativa subyacente es que la causa de COVID-19 y otros patógenos similares no se encuentra sólo en el objeto de un único agente infeccioso o en su curso clínico, sino también en el campo de las relaciones ecosistémicas que el capital y otras causas estructurales han fijado en su propio beneficio.[71] La amplia variedad de patógenos, que representan diferentes taxones, huéspedes de origen, modos de transmisión, cursos clínicos y resultados epidemiológicos, todas las marcas que nos envían corriendo alocadamente a nuestros buscadores en cada brote, marcan diferentes partes y caminos a lo largo de los mismos tipos de circuitos de uso de la tierra y acumulación de valor.

Un programa general de intervención funciona en paralelo mucho más allá de un virus en particular.

Para evitar los peores resultados de aquí en adelante, la desalienación ofrece la siguiente gran transición humana: abandonar las ideologías de los colonos, reintroducir a la humanidad de nuevo en los ciclos de regeneración de la Tierra y redescubrir nuestro sentido de la individuación en multitudes más allá del estado capital.[72] Sin embargo, el economismo, la creencia de que todas las causas son económicas por sí solas, no será suficiente liberación. El capitalismo global es una hidra de muchas cabezas, que se apropia, interioriza y ordena múltiples capas de relación social.[73] El capitalismo opera a través de terrenos complejos e interrelacionados de raza, clase y género en el curso de la actualización de los regímenes regionales de valor lugar a lugar.

A riesgo de aceptar los preceptos de lo que la historiadora Donna Haraway descartó como historia de la salvación – “¿podemos desactivar la bomba a tiempo?”- la desalienación debe desmantelar estas múltiples jerarquías de opresión y las formas específicas de cada lugar que interactúan con la acumulación.[74] A lo largo del camino, debemos navegar fuera de las expansivas reapropiaciones del capital a través de los materialismos productivos, sociales y simbólicos.[75] Es decir, de lo que se resume a un totalitarismo. El capitalismo mercantiliza todo – la exploración de Marte aquí, el sueño allí, las lagunas de litio, la reparación de ventiladores, incluso la propia sostenibilidad, y así sucesivamente, estas muchas permutaciones se encuentran mucho más allá de la fábrica y la granja. Todas las formas en que casi todo el mundo en todas partes está sometido al mercado, que en un momento como éste está cada vez más antropomorfizado por los políticos, no podría ser más claro.[76]

En resumen, una intervención exitosa que evite que cualquiera de los muchos patógenos que hacen cola en el circuito agroeconómico mate a mil millones de personas debe pasar por la puerta de un enfrentamiento mundial con el capital y sus representantes locales, por mucho que cualquier soldado de a pie de la burguesía, Glen entre ellos, intente mitigar el daño. Como nuestro grupo describe en algunos de nuestros últimos trabajos, la agroindustria está en guerra con la salud pública.[77] Y la salud pública está perdiendo.

Sin embargo, si una mayor humanidad gana un conflicto generacional de este tipo, podemos volver a replicarnos en un metabolismo planetario que, por más que se exprese de forma diferente en cada lugar, reconecte nuestras ecologías y nuestras economías.[78] Tales ideales son más que asuntos de la utopía. Al hacerlo, convertimos en soluciones inmediatas. Protegemos la complejidad de los bosques que evita que los patógenos mortales se alineen como anfitriones para un tiro directo en la red de viajes del mundo.[79] Reintroducimos la diversidad de ganado y cultivos, y reintroducimos la cría de animales y cultivos a escalas que impiden que los patógenos aumenten en virulencia y extensión geográfica.[80] Permitimos que nuestros animales de alimentación se reproduzcan in situ, reiniciando la selección natural que permite a la evolución inmunológica rastrear los patógenos en tiempo real. En general, dejamos de tratar a la naturaleza y a la comunidad, tan llenos de todo lo que necesitamos para sobrevivir, como un competidor más a ser eliminado por el mercado.

La salida es nada menos que dar a luz a un mundo (o quizás más en la línea de regresar a la Tierra). También ayudará a resolver, con las mangas arremangadas, muchos de nuestros problemas más urgentes. Ninguno de nosotros, atrapados en nuestras salas de estar desde Nueva York a Beijing, o, peor aún, llorando a nuestros muertos, quiere pasar por un brote así otra vez. Sí, las enfermedades infecciosas, durante la mayor parte de la historia de la humanidad nuestra mayor fuente de mortalidad prematura, seguirán siendo una amenaza. Pero dado el bestiario de patógenos que circula actualmente, el peor de los cuales se derrama casi anualmente, es probable que nos enfrentemos a otra pandemia mortal en un tiempo mucho más corto que la pausa de cien años desde 1918. ¿Podemos ajustar fundamentalmente los modos en que nos apropiamos de la naturaleza y llegar a una mayor tregua con estas infecciones?


Rob Wallace es un epidemiólogo evolutivo que ha consultado a la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación y a los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades. Alex Liebman es un estudiante de doctorado en geografía humana en la Universidad de Rutgers, con una maestría en agronomía de la Universidad de Minnesota. Luis Fernando Chaves es un ecologista de enfermedades y fue investigador principal del Instituto Costarricense de Investigación y Educación sobre Nutrición y Salud en Tres Ríos (Costa Rica). Rodrick Wallace es investigador científico de la División de Epidemiología del Instituto Psiquiátrico del Estado de Nueva York en la Universidad de Columbia.

Agradecen los perspicaces comentarios de Kenichi Okamoto.

Traducido por Brian M. Napoletano y Pedro S. Urquijo, 11 de abril de 2020.


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  17. Es importante destacar que en los Estados Unidos, no hay un sistema de Salud Popular, y casi todos de los hospitales, así como los aseguradores, son de empresas privadas. (N. del T.)
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