por Mike Davis
El siguiente artículo de Mike Davis abarca las implicaciones de la propagación del coronavirus a través del Sur Global y los profundos fracasos de un sistema capitalista de atención sanitaria, y expone las flagrantes disparidades de clase incluso en los EE.UU. Se publicó por primera vez en inglés en la Links International Journal of Socialist Renewal en el 12 de marzo de 2020 (y en MR Online). Hemos recibido amablemente el permiso de los editores para traducir y volver a publicarlo aquí. Aunque gran parte del enfoque de la discusión de Davis sobre la salud pública se centra en los Estados Unidos, no es necesario extrapolar mucho para relacionar su relato con la situación aquí en México o en otros países de América Latina. -BMN y RPL, 04/19/2020
COVID-19 es finalmente el monstruo en la puerta. Los investigadores están trabajando día y noche para caracterizar el brote, pero se enfrentan a tres grandes desafíos.
En primer lugar, la continua escasez o la falta de disponibilidad de equipos de prueba ha hecho desaparecer toda esperanza de contención. Además, está impidiendo que se hagan estimaciones precisas de parámetros claves como la tasa de reproducción, el tamaño de la población infectada y el número de infecciones benignas. El resultado es un caos de números.
Sin embargo, en algunos países existen datos más fiables sobre el impacto del virus en determinados grupos. Es muy aterrador. Italia y Gran Bretaña, por ejemplo, informan una tasa de mortalidad más acrecentada para los mayores de 65 años. La “gripe de la corona” que Trump descarta ser un peligro sin precedentes para las poblaciones geriátricas, con un número potencial de muertes de millones.
En segundo lugar, como las gripes anuales, este virus está mutando a medida que atraviesa poblaciones con diferentes composiciones de edad e inmunidades adquiridas. La cepa que los americanos tienen más probabilidades de adquirir, ya es ligeramente diferente de la del brote original en Wuhan. Una mutación adicional podría ser trivial o podría alterar la distribución actual de la virulencia que asciende con la edad, pues actualmente muestra un escaso riesgo de infección grave en los bebés y los niños pequeños, mientras que los octogenarios se enfrentan a un peligro mortal de neumonía viral.
En tercer lugar, aunque el virus permanezca estable y poco mutado, su impacto en las cohortes de menores de 65 años puede diferir radicalmente en los países pobres y entre los grupos de alta pobreza. Consideremos la experiencia mundial de la gripe española en 1918-19, que se estima que mató a entre el 1% y el 2% de la humanidad. A diferencia del coronavirus, fue más mortal para los adultos jóvenes y esto se ha explicado a menudo como resultado de sus sistemas inmunológicos relativamente más fuertes que reaccionaron exageradamente a la infección desatando mortales “tormentas de citoquinas” contra las células pulmonares. El H1N1 original encontró notoriamente un nicho favorecido en los campamentos del ejército y en las trincheras del campo de batalla, donde mató a decenas de miles de jóvenes soldados. El colapso de la gran ofensiva de la primavera alemana de 1918 y, por lo tanto, el resultado de la guerra, se ha atribuido al hecho de que los aliados, a diferencia de su enemigo, podían reponer sus ejércitos enfermos con tropas estadounidenses recién llegadas.
Sin embargo, rara vez se aprecia que la totalidad del 60% de la mortalidad mundial se produjo en la India occidental, donde las exportaciones de cereales a Gran Bretaña y las brutales prácticas de requisición coincidieron con una importante sequía. La escasez de alimentos resultante llevó a millones de pobres al borde de la inanición. Fueron víctimas de una siniestra sinergia entre la malnutrición, que suprimía su respuesta inmunológica a las infecciones, y la neumonía bacteriana y viral rampante. En otro caso, el Irán ocupado por los británicos, varios años de sequía, cólera y escasez de alimentos, seguidos de un brote generalizado de paludismo, condicionaron la muerte de una quinta parte de la población, según se estima.
Esta historia – especialmente las consecuencias desconocidas de las interacciones con la malnutrición y las infecciones existentes – debería advertirnos de que COVID-19 podría tomar un camino diferente y más mortal en los barrios pobres de África y el sur de Asia. El peligro para los pobres del mundo ha sido casi totalmente ignorado por los periodistas y los gobiernos occidentales. El único artículo publicado que he visto afirma que, dado que la población urbana de África occidental es la más joven del mundo, la pandemia sólo debería tener un impacto leve. A la luz de la experiencia de 1918, esta es una extrapolación tonta. Nadie sabe lo que sucederá en las próximas semanas en Lagos, Nairobi, Karachi o Calcuta. La única certeza es que los países y las clases ricas se centrarán en salvarse a sí mismos excluyendo la solidaridad internacional y la ayuda médica. Paredes, no vacunas: ¿podría haber un modelo más malvado para el futuro?
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En un año podremos mirar atrás con admiración al éxito de China en la contención de la pandemia, pero con horror al fracaso de los Estados Unidos. (Estoy haciendo la heroica suposición de que la declaración de China de la rápida disminución de la transmisión es más o menos exacta.) La incapacidad de nuestras instituciones para mantener cerrada la Caja de Pandora, por supuesto, no es una sorpresa. Desde el año 2000 hemos visto repetidamente fallos en la atención de la salud de primera línea.
La temporada de gripe de 2018, por ejemplo, abrumó a los hospitales de todo el país, poniendo de manifiesto la escandalosa escasez de camas de hospital tras veinte años de recortes, impulsados por las ganancias, de la capacidad de hospitalización (la versión de la industria de la gestión de inventarios justo a tiempo). Los cierres de hospitales privados y de beneficencia y la escasez de enfermeras, también impuestos por la lógica del mercado, han devastado los servicios de salud en las comunidades más pobres y en las zonas rurales, transfiriendo la carga a los hospitales públicos y a las instalaciones de VA[1] que carecen de fondos suficientes. Las condiciones de las salas de urgencias de esas instituciones ya son incapaces de hacer frente a las infecciones estacionales, por lo que ¿cómo harán frente a una inminente sobrecarga de casos críticos?
Estamos en las primeras etapas de un Katrina médico. A pesar de los años de advertencias sobre la gripe aviar y otras pandemias, los inventarios de equipos básicos de emergencia como los respiradores no son suficientes para hacer frente a la esperada inundación de casos críticos. Los sindicatos de enfermeras militantes de California y otros estados se están asegurando de que todos comprendamos los graves peligros creados por las existencias inadecuadas de suministros de protección esenciales, como las mascarillas faciales N95. Aún más vulnerables, porque son invisibles, los cientos de miles de trabajadores de cuidados a domicilio y personal de enfermería con salarios bajos y exceso de trabajo.
La industria de los asilos de ancianos y de la atención asistida, que alberga a 2,5 millones de ancianos americanos – la mayoría de ellos con Medicare – ha sido durante mucho tiempo un escándalo nacional. Según el New York Times, la increíble cifra de 380, 000 pacientes de hogares de ancianos mueren cada año debido a la negligencia de las instalaciones en los procedimientos básicos de control de infecciones. Muchos hogares – particularmente en los estados del sur – encuentran más barato pagar las multas por violaciones sanitarias que contratar personal adicional y proporcionarles la capacitación adecuada. Ahora, como el ejemplo de Seattle advierte, docenas, quizás cientos de hogares de ancianos más se convertirán en focos de coronavirus y sus empleados con salario mínimo elegirán racionalmente proteger a sus propias familias quedándose en casa. En tal caso el sistema podría colapsar y no deberíamos esperar que la Guardia Nacional vacíe las bacinillas.
El brote ha expuesto instantáneamente la cruda división de clases en la asistencia de salud: los que tienen buenos seguros médicos y que también pueden trabajar o enseñar desde su casa están cómodamente aislados siempre que sigan unas salvaguardias prudentes. Los empleados públicos y otros grupos de trabajadores sindicados con una cobertura decente tendrán que tomar decisiones difíciles entre los ingresos y la protección. Mientras tanto, millones de trabajadores de servicios de bajos salarios, empleados agrícolas, trabajadores de contingentes no cubiertos, desempleados y personas sin hogar serán arrojados a los lobos. Incluso si Washington finalmente resuelve el fiasco de las pruebas y proporciona un número adecuado de kits, los no asegurados todavía tendrán que pagar a los médicos u hospitales por la administración de las pruebas. Las facturas médicas familiares se dispararán al mismo tiempo que millones de trabajadores pierden sus empleos y el seguro proporcionado por sus empleadores. ¿Podría haber un caso más fuerte y urgente a favor de Asistencia Médica para Todos?
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Pero la cobertura universal es sólo un primer paso. Es decepcionante, por decir lo menos, que en los debates primarios ni Sanders ni Warren hayan resaltado la abdicación de la gran industria farmacéutica en la investigación y desarrollo de nuevos antibióticos y antivirales. De las 18 mayores compañías farmacéuticas, 15 han abandonado totalmente el campo. Las medicinas para el corazón, los tranquilizantes adictivos y los tratamientos para la impotencia masculina son líderes en ganancias, no las defensas contra las infecciones hospitalarias, las enfermedades emergentes y los tradicionales asesinos tropicales. Una vacuna universal para la gripe, es decir, una vacuna que se dirige a las partes inmutables de las proteínas de la superficie del virus, ha sido una posibilidad durante décadas pero nunca una prioridad rentable.
Mientras la revolución de los antibióticos retrocede, las viejas enfermedades reaparecerán junto con las nuevas infecciones y los hospitales se convertirán en casas de carnicería. Incluso Trump puede hacer frente de manera oportunista a los absurdos costes de las prescripciones, pero necesitamos una visión más audaz que busque romper los monopolios de la medicina y proveer la producción pública de medicamentos vitales. (Este solía ser el caso: durante la Segunda Guerra Mundial, el Ejército reclutó a Jonas Salk y otros investigadores para desarrollar la primera vacuna contra la gripe). Como escribí hace quince años en mi libro The Monster at Our Door – The Global Threat of Avian Flu:
El acceso a los medicamentos vitales, incluyendo vacunas, antibióticos y antivirales, debería ser un derecho humano, disponible universalmente y sin costo alguno. Si los mercados no pueden ofrecer incentivos para producir estos medicamentos a bajo costo, entonces los gobiernos y las organizaciones sin fines de lucro deben asumir la responsabilidad de su fabricación y distribución. La supervivencia de los pobres debe ser considerada en todo momento una prioridad mayor que los lucros de la gran industria farmacéutica.
La pandemia actual amplía el argumento: la globalización capitalista parece ahora ser biológicamente insostenible en ausencia de una infraestructura de salud pública verdaderamente internacional. Pero tal infraestructura nunca existirá hasta que los movimientos populares rompan el poder de la gran industria farmacéutica y la atención médica con fines de lucro.
Sobre Mike Davis
Mike Davis es el autor de Prisoners of the American Dream (1986), City of Quartz (1990), Late Victorian Holocausts (2001), Planet of Slums (2006) y Buda’s Wagon: A Brief History of the Car Bomb (2007). Davis es un frecuente colaborador de publicaciones de izquierda como New Left Review (donde su excelente artículo “Election 2016” es de libre acceso), LINKS y muchas otras. Ha sido distinguido en el pasado con una Beca MacArthur y el Premio Literario Lannan. Vive en San Diego.
Traducido por Brian M. Napoletano y Rebeca Pacheco L., 24 de abril de 2020.
- Las instalaciones de la VA son administrados por la Administración de Salud para los Veteranos (Veterans Health Administration) para proporcionar atención médica a los veteranos militares, y constituyen “el mayor sistema integrado de atención médica” de los Estados Unidos. ↑